Estas
últimas semanas estoy luchando por retener a mi hijo mayor en brazos por algunos momentos más al
saludarlo o despedirlo. Esos bracitos que hasta hace poco solo pretendían
rodear mi cuello ahora huyen de mí desesperados por asirse del timón de la
bicicleta para ir con sus amigos al parque.
Mi niño ha
crecido, está a punto de cumplir 9 años!
Y está hermoso, fresco y radiante como el mejor día de primavera,
travieso e inquieto como siempre, con
esa sonrisa de oreja a oreja que define su semblante desde pequeño; amoroso y
tierno como sólo él puede serlo, sobre todo si está tratando de obtener algo de
alguien… sin embargo, lo que más me cautiva de él es la pureza que guarda en su
alma. No hallo en él el menor rasgo de malicia ni de rencor hacia alguien. Me
impresiona y atemoriza a la vez la inocencia con la cual percibe al mundo.
Hay días en
que se gana reproches por actos equivocados, por travesuras, por esas anotaciones
en la agenda que religiosamente llegan por lo menos una vez a la semana, pero luego se esmera por ser mejor y
conquistar mi sonrisa.
Me he
ganado su complicidad y soy su más grande admiradora. Amo tanto a este
chiquillo alocado que termino cayendo en sus juegos. Por ejemplo, me ha hecho
una rutina para dormir que cada noche reinventa añadiendo más detalles con el
fin de no dejarme salir de su habitación tan pronto. Me imagino que siente
tanta necesidad de mí como yo de él. Afirma que si no le doy las buenas noches
no puede dormir tranquilo. Pero esas buenas noches empiezan con un beso, siguen
tres abrazos, luego la oración, continúa el beso de las buenas noches, luego el
abrazo de las buenas noches, sigue el beso más grande del mundo continuado por los tres abrazos más grandes
del mundo y el último beso y abrazo de despedida. Y si por alguna razón esos
bracitos me envuelven haciéndome caer a la cama llegan las carcajadas, la
invitación a dormir allí junto a él y la consabida justificación del hermanito
pequeño que no me lo permite. Pero la cosa no termina ahí, debo taparlo con su
cobija, más besos y más abrazos antes de
apagarle su lamparita, y desde la puerta despedirlo sonoramente. Esta es regularmente la rutina que me lleva
unos 15’. Sin embargo hay ocasiones en que su hermanito despierta y debemos
simplificarla muy a su pesar. Me encanta disfrutar de esto, pero a veces el
cansancio del día me vence y delego al papá esta tarea. Entonces todo se limita
a desear las buenas noches con la seriedad del caso que deben guardar los
caballeros. No obstante, más tarde siento unos pasitos apresurados dirigirse
hacia mi habitación a despedirse de mí: “es que sin tu bendición, mami, no
puedo dormir porque tendré pesadillas”.
Pequeño
mío, Zahidcito, te estás escapando de mi regazo tan pronto. No sabes cómo quisiera detener
el tiempo para disfrutar un poco más de tus aún inocentes ocurrencias, de tus
travesuras, de tus palabras tiernas y hasta de tus berrinches.
Esta semana te fuiste solo a tu taller de arte. Yo te iba observando de
lejos para vigilar que nada malo pueda ocurrirte en el camino. Te vi tan
seguro, tan alegre, tan independiente, tan grande… que se me hizo un nudo en la
garganta. Claro que quiero todo eso de ti, pero, por favor, no vayas tan
rápido, campeón; dame tiempo de asimilarlo, sí?