viernes, 17 de septiembre de 2021

Dar es dar

Hace unos pocos años, en un taller de fortalecimiento emocional me invitaron a perdonar a quienes me habían hecho daño. No pude llevar a cabo la actividad porque de alguna manera la introspección resultaba inútil. No conseguía recordar nombres ni momentos ni acciones que necesitaran mi perdón. Al contrario, mi mente se llenaba de recuerdos gratos y de momentos hermosos en los que he recibido mucho cariño y afecto.
Recuerdo  aquel día haber agradecido mucho a Dios y a la vida porque desde pequeña he estado rodeada de personas que me han brindado amor en cualquier circunstancia. 
Es increíble el poder del amor. Uno se llena de energías bonitas, de buenas vibras, de alegría, de optimismo y eso se devuelve en cada gesto hacia los que nos rodean. Se crea una reacción de afecto en nuestro entorno cual neuronas haciendo sinapsis. 
Estos años de experiencia docente me han enseñado que no hay pedagogía más efectiva que la basada en el amor. No hay trastorno de comportamiento o aprendizaje donde la empatía y el cariño dejen de surtir efecto. No hay niño ni adolescente rebelde que no se doblegue ante un abrazo o una palabra de cariño. No hay persona descortés que sea indiferente a un trato amable. Y lo mejor de todo, el amor que te brindan de retorno el cual casi siempre es en mayor magnitud a lo que uno brinda. Qué maravilloso resulta recibir ese afecto de vuelta y cómo la vida se fortalece y se vuelve plena con tanto cariño.
Soy bendecida porque cada día el amor de mi familia, de mis amigos y de mis estudiantes me renueva y me permite continuar esa cadena de acción reacción. 
Creo que cada momento de nuestro día a día es un dar y un recibir. Particularmente, siempre siento que recibo más de lo que doy. Solo por mencionar algo, esta tarde el médico me dio mucho aliento, el vigilante de la clínica sacó el auto por mí de un estacionamiento complicado (mis habilidades para estacionar son lo máximo😉), a mi mejor amigo no le importó pasar nuestra cita para otro día debido a mis limitaciones con el tiempo, mi madre me hizo llegar varios nutrientes para mi recuperación, mi suegra atendió la cena de los niños por mí, mi esposo me preparó el café y hace unos instantes, mi cachorro más pequeño me cantaba  Que canten los niños, y en la parte donde dice Yo canto para que sonría mamá me abrazó y me dijo que me amaba con todo su corazón. Mientras lo abrazaba, pensaba en lo afortunada que soy de tener tantas muestras de afecto y atención.
Que el amor sea siempre la norma que guíe nuestro actuar, que la amabilidad y cortesía sean inherentes a nuestro trato, que cada momento podamos prodigar afecto y cariño a quienes nos rodean. Dar es dar, dice Fito Páez.







jueves, 16 de julio de 2015

Cuando la infancia se escapa

Estas últimas semanas estoy luchando por retener a mi hijo mayor  en brazos por algunos momentos más al saludarlo o despedirlo. Esos bracitos que hasta hace poco solo pretendían rodear mi cuello ahora huyen de mí desesperados por asirse del timón de la bicicleta para ir con sus amigos al parque.
Mi niño ha crecido, está a punto de cumplir 9 años!  Y está hermoso, fresco y radiante como el mejor día de primavera, travieso e inquieto  como siempre, con esa sonrisa de oreja a oreja que define su semblante desde pequeño; amoroso y tierno como sólo él puede serlo, sobre todo si está tratando de obtener algo de alguien… sin embargo, lo que más me cautiva de él es la pureza que guarda en su alma. No hallo en él el menor rasgo de malicia ni de rencor hacia alguien. Me impresiona y atemoriza a la vez la inocencia con la cual percibe al  mundo. 
Hay días en que se gana reproches por actos equivocados, por travesuras, por esas anotaciones en la agenda que religiosamente llegan por lo menos una vez a la semana,  pero luego se esmera por ser mejor y conquistar mi sonrisa.

Me he ganado su complicidad y soy su más grande admiradora. Amo tanto a este chiquillo alocado que termino cayendo en sus juegos. Por ejemplo, me ha hecho una rutina para dormir que cada noche reinventa añadiendo más detalles con el fin de no dejarme salir de su habitación tan pronto. Me imagino que siente tanta necesidad de mí como yo de él. Afirma que si no le doy las buenas noches no puede dormir tranquilo. Pero esas buenas noches empiezan con un beso, siguen tres abrazos, luego la oración, continúa el beso de las buenas noches, luego el abrazo de las buenas noches, sigue el beso más grande del mundo  continuado por los tres abrazos más grandes del mundo y el último beso y abrazo de despedida. Y si por alguna razón esos bracitos me envuelven haciéndome caer a la cama llegan las carcajadas, la invitación a dormir allí junto a él y la consabida justificación del hermanito pequeño que no me lo permite. Pero la cosa no termina ahí, debo taparlo con su cobija, más besos y más abrazos  antes de apagarle su lamparita, y desde la puerta despedirlo sonoramente.  Esta es regularmente la rutina que me lleva unos 15’. Sin embargo hay ocasiones en que su hermanito despierta y debemos simplificarla muy a su pesar. Me encanta disfrutar de esto, pero a veces el cansancio del día me vence y delego al papá esta tarea. Entonces todo se limita a desear las buenas noches con la seriedad del caso que deben guardar los caballeros. No obstante, más tarde siento unos pasitos apresurados dirigirse hacia mi habitación a despedirse de mí: “es que sin tu bendición, mami, no puedo dormir porque tendré pesadillas”.
Pequeño mío, Zahidcito, te estás escapando de mi regazo tan pronto. No sabes cómo quisiera detener el tiempo para disfrutar un poco más de tus aún inocentes ocurrencias, de tus travesuras, de tus palabras tiernas y hasta de tus  berrinches.  Esta semana te fuiste solo a tu taller de arte. Yo te iba observando de lejos para vigilar que nada malo pueda ocurrirte en el camino. Te vi tan seguro, tan alegre, tan independiente, tan grande… que se me hizo un nudo en la garganta. Claro que quiero todo eso de ti, pero, por favor, no vayas tan rápido, campeón; dame tiempo de asimilarlo, sí?


jueves, 27 de noviembre de 2014

Aventura entre las nubes

Entre las nubes de Kuelap
A Marco y a mí nos encanta viajar. Lo hacemos cada vez que el tiempo y la economía nos lo permiten.  Es realmente hermoso  conocer tantos lugares maravillosos que tiene nuestro país. Generalmente solemos hacer estos viajes a medio año o a fin de año que es cuando coinciden nuestros días libres. Es increíblemente gratificante  poder salir del estrés del trabajo, de la rutina diaria, respirar aires nuevos, cambiar el paisaje al que nuestros ojos están acostumbrados. Esa  rica sensación de bajar de un bus o del avión en una ciudad que visitas por primera vez  y sentir que estás “descubriendo” nuevas tierras, percibir una atmósfera diferente, ver otro cielo, otros rostros, respirar un aire distinto y sentir que tienes el control de unos tres o cuatro días sólo para disfrutarlos, para pasear por allí, para conocer sus atractivos, para probar sus comidas, para sencillamente recorrer sus calles, es realmente  fabulosa. Se convierte en una experiencia que te llena de energía, de endorfinas, te renueva y te invita a ser feliz.

Uno de los viajes que más he podido disfrutar ha sido el que realizamos hace unos tres años a Chachapoyas. Siempre me habían llamado la atención los mausoleos enclavados en las montañas y   los lindos cachetones de los sarcófagos de Karajía que se muestran en todo libro de historia peruana,  así que tenía un gran anhelo de conocerlos  face to face. Además, este lugar es un destino muy recomendado para el turismo por todas las alternativas que ofrece: Kuélap, Cataratas de Gocta, Revash, Leymebamba, Quiocta y más.

Era diciembre, el verano empezaba a hacerse notar en nuestra ciudad. Conforme se acercaban las horas de viajar, el corazón se iba acelerando más. Un nuevo destino nos esperaba.
Plaza de Armas de Chachapoyas
En la ciudad donde vivimos, Trujillo, la única agencia que tiene este destino es Móvil Tours. No hay vuelos comerciales  a Chachapoyas, así que nuestro pasaje fue adquirido con cierta  anticipación vía terrestre. Si planeas viajar en feriados, la sugerencia es comprar los pasajes de ida y de retorno, así ya no tienes que preocuparte del tema y puedes planificar tus días y horarios ajustándote a las fechas previstas.
El viaje fue un poco largo. Duró  doce  horas aproximadamente desde Trujillo, pero apenas si lo pudimos notar pues pasamos  la mayor parte del tiempo durmiendo. Al acercarnos a la ciudad, pudimos percibir cómo nos iba envolviendo su encantadora neblina. Literalmente, Chachapoyas es una ciudad que da la impresión de estar enclavada entre las nubes pues ellas rodean todo el panorama, y se pueden apreciar cerquísima a uno. Al descender del bus puedes sentir el frío que te va calando poco a poco, así como el oxígeno purísimo que va llenando tus pulmones.
Como la agencia quedaba relativamente cerca a la Plaza de Armas,  nos dirigimos hacia ella a pie. En realidad, la ciudad es pequeña y para movilizarte puedes desplazarte caminando o si prefieres, tomar mototaxi.
Era de mañana cuando llegamos y una creciente llovizna nos recibió dándonos la bienvenida cual ligeras caricias en el rostro. Luego nos enteraríamos que habíamos llegado en temporada de lluvias por lo cual era preciso tomar algunas precauciones pues  en  el momento menos pensado podía desencadenarse una precipitación torrencial.
Nos alojamos en el Hostel Plaza que queda frente a la Plaza de Armas. Es un hotel sencillo pero confortable si lo que buscas es descanso. Tiene una hermosa vista al jardín con cielo abierto para disfrutar una charla bajo la luz de la luna antes de descansar. 
Vista nocturna del interior del Hostal Plaza donde nos alojamos
Chachapoyas es una ciudad que posee muchos  atractivos turísticos. Conocer todos ellos en solo cuatro  días que teníamos destinados era poco menos que imposible, así que tratamos de aprovechar el tiempo al máximo y empezar cuanto antes con los tours.
Hay varias agencias de turismo ubicadas en las calles adyacentes a la Plaza de Armas.  Los circuitos tienen un costo aproximado de 70 u 80 soles por persona. Duran prácticamente todo el día porque los lugares se hallan lejos de la ciudad. Sales a las 8 de la mañana y regresas a las 6 o 7 de la noche. El tour no  incluye almuerzo, por tanto eso se debe considerar como un presupuesto aparte.
Lo hermoso y encantador de estos circuitos es que absolutamente todos son de aventura. En el circuito que te embarques  debes caminar, trotar, escalar o ir a caballo.  Y si es bajo la lluvia, mejor. Se entenderá que debes llevar ropa ligera, que te permita disfrutar el recorrido, gafas de sol, gorro, bloqueador, abundante agua y paraguas o poncho de lluvia especialmente si vas en temporada de lluvia. Creo que fue ese el ingrediente que hizo especial este viaje pues  llovía casi todo el día, no grandes chubascos pero sí lo suficiente como para usar paraguas y botas de jebe. Estas últimas se pueden hallar en alquiler en cualquier punto de los tours o en la ciudad misma.
Camino a Kuelap

El primer día hicimos el circuito de Kuelap, el más ¨suave¨ de todos los que se ofrecían, a nuestro parecer. Para llegar a la ciudadela tuvimos  que caminar aproximadamente 30´ desde donde nos dejó  el bus del tour. Algunos turistas prefieren alquilar caballos para evitar el  cansancio que produce caminar en la altura, más aún cuando no estás acostumbrado a ello.  El camino para llegar a Kuélap es un disfrute bárbaro. Aunque está lleno de peldaños (casi media hora avanzas subiendo escalinatas), tu cansancio se compensa con la hermosura del paisaje, el aire con ese agradable olor a tierra mojada y la satisfacción final de ver asomar ante tus ojos la imponente fortaleza.
Una experiencia sublime, increíble.
 Es entonces cuando sientes que te invade un enorgullecimiento patriótico increíble, una admiración genuina hacia aquellos chachapoyas que construyeron sus infranqueables muros y los defendieron al punto de no dejarse conquistar por los temidos incas.  Mirar Kuélap es asombroso; sentirla bajo tus pies, mágico; tocarla, un sueño hecho realidad. ¡Lo máximo!. 
Afrontando la lluvia en la cima de la ciudadela

Las nubes besan el techo de la choza Kuélap
El siguiente día nos esperaba un tour doblemente emocionante y no menos hermoso ni agotador.  Cavernas de Quiocta y Sarcófagos de Karajía.  Las Cavernas se hallan a una hora y media de la ciudad de Chachapoyas. Para llegar hasta ellas  fue preciso  alquilar botas y caminar  alrededor de 15´ desde la parada del bus. Este destino es imperdible si tienes espíritu aventurero. Pero si padeces claustrofobia, no debes hacerlo ¡No! Y tampoco puedes recorrerlas solo. Es preciso ir acompañado, créeme.
Entrada a las cavernas de Quiocta
 Al ingresar a ellas puedes darte cuenta como paulatinamente vas dejando de ver la luz del día para ingresar a un mundo de oscuridad total, del inframundo (digo, de la más oscura noche que hayas vivido). Caminamos sumergidos en esa oscuridad, alertados y dirigidos por la linterna del guía-que se distinguía muy poco, dicho sea de paso- por espacio de casi una hora. Al tenue chorro de luz que nos alumbraba podíamos distinguir muchos, muchísimos muerciélagos (horror, vampiros!) y a cada paso cientos de cráneos humanos , sí , ¡Cráneos humanos! que permanecen a modo de guardianes de estas estructuras. Ocurre que  estas cavernas son una maravilla de la naturaleza donde la constante humedad y el agua han formado abundantes estalactitas de las más caprichosas formas. Las más grandes miden más de tres metros y se han formado durante miles de años. Debes ser un viajero con gran espíritu de aventura para que disfrutes el caminar a oscuras  en una caverna inmensa, cuyo fin es aún inexplorado, para que no te asustes con los miles de murciélagos que viven allí, para que tomes con buen sentido de humor los resbalones y caídas al agua en tus desacertados pasos a ciegas.
Interior de la caverna, punto estratégico de parada que permite mayor iluminación.

Después de dos horas de caminar a oscuras, salir de la caverna y ver nuevamente el hermoso día es increíblemente sensacional.

De allí retornamos a almorzar al pueblo donde nos alquilaron las botas y partimos rumbo a Karajía. Iba tan emocionada porque al fin iba a conocer a mis cachetones, sí, aquellas estatuas de amplios cachetes que tanto había admirado en los libros y que los creía inalcanzables. En realidad, y para mi gran decepción, sí estaban inalcanzables. Se hallaban sentaditos allá arriiiiiiba, lejos de mis manos. 
Sarcófagos de Karajía,arriba. Nosotros, abajo. :(
 Los sarcófagos son un tipo de ataúd con formas humanas  elaborado por los increíbles chachapoyas para hacer descansar allí a sus difuntos más preciados. Se hallan enclavados en la montaña a la ribera del río. Es prácticamente imposible llegar hasta ellos. Sin embargo, fue una emoción muy grande verlos tan cerca después de haberlos admirado por muchos años a través de imágenes.
A unos metros de altura, sin posibilidad de escalar, montaña inaccesible

Miden aproximadamente dos metros y medio de altura, y su posición en lo alto tenía como objetivo proteger a su pueblo. De hecho, por haberlos construido en lugares tan inaccesibles aún permanecen hasta hoy salvaguardándose de aquellos saqueadores y traficantes que se limitan a codiciarlos.
Emocionada por conocerlos, aunque de lejos.
Embargados de emociones retornamos a la ciudad. Por la noche tuvimos un alegre reencuentro  con Osquitar Mosquera, nuestro compañero  de la Universidad y quien personifica la gentileza y cordialidad de los chachapoyanos: Un rico chifa, una pequeña caminata por el pueblo, una cerveza negra bajo la luna y a descansar.
Chachapoyas, noche de reencuentro con Osquitar Mosquera
Al día siguiente  hicimos el circuito Revash, el más agotador pero no menos hermoso. Como era temporada de bajo turismo y este lugar no tenía mucha demanda por ser alejado y esforzado, no se ofrecía en los circuitos, pero no podíamos dejar de hacerlo pues era uno de los más impresionantes. Hicimos trato con un guía y un servicio de transporte pequeño, sólo para nosotros. Salimos de la ciudad muy temprano con cielo lluvioso. Después de casi  dos  horas de recorrido en el auto, llegamos a la base de la montaña desde donde partimos con nuestro guía, un profesor de Historia con amplio conocimiento de la cultura Chachapoyas, rumbo a las alturas  donde se encuentran los mausoleos de Revash.
Allá, muy arriba, en la montaña, nuestro destino final: los mausoleos

 Se veían cerca, o al menos, no tan lejos como lo están. Emocionados por llegar a ellos (Ahí sí podíamos llegar) empezamos nuestra caminata. Fue un ascenso lento, un poco riesgoso por la insistente llovizna y muy pero muy largo. Cada cierto tiempo nos deteníamos para hidratarnos pero debíamos apurarnos pues el cielo amenazaba con tormenta. Caminamos casi ¡3  horas de ida y 3 más de vuelta! Una de las caminatas más esforzadas que he realizado en mi vida. Y es que se trataba de un ascenso a la montaña. EL destino se veía relativamente cerca pero llegar allí no fue fácil. Sin embargo, valió la pena el esfuerzo.  Admirar los mausoleos trabajados en la misma montaña, casi inaccesible, sentir el espíritu guerrero de los Chachapoyas, visualizar el valle desde lo alto y sobre todo palpar, tocar, respirar esas construcciones milenarias fue nuestra mejor recompensa. 
Lo logramos!!
Tomé un pedazo de aquel barro modelado y pigmentado  por los chachapoyas hace miles de años para decorar los mausoleos (de los varios fragmentos sueltos esparcidos, por supuesto, no destruyendo el patrimonio) y hasta hoy lo guardo entre mis recuerdos en casa.  Fue sensacional disfrutar esos minutos en aquellos impresionantes mausoleos que hemos heredado de  nuestros antepasados. 
Mausoleos de Revash

El retorno fue trágico, ya no sentíamos los pies al llegar a donde nos esperaba nuestro chofer. 
Aún teníamos unos minutos para ir a  Leymebamba, un acogedor pueblo dedicado al turismo y a la industria de la leche. Allí solo pudimos visitar rápidamente el museo que alberga más de 200 momias Chachapoyas recuperadas de la Laguna de los Cóndores. 
Nunca había visto tantas momias juntas y en tan perfecto estado de conservación. Se pueden distinguir incluso las decoraciones de los fardos que las envuelven, las cuerdas y muchas ofrendas funerarias intactas al paso de cientos de años.
Afueras del museo de Leymebamba
 En Leymebamba se producen muchos derivados de la leche, así que si te animas a realizar una parada aquí, no puedes dejar de probar el manjar blanco leymebambino que es una exquisitez al paladar.

El último día lo reservamos para las Cataratas de Gocta. Nos habían dado muy buenas referencias de este tour, pero todas quedaron pequeñas después de vivirlo. Una increíble caminata de casi 2 horas de ida y 2 de vuelta en medio de la selva, desde el pueblo de Cocachimba, con chubascos que atravesaban todo, incluso el poncho de agua!
Al fondo, la catarata parece estar cerca
 Pudimos apreciar la hermosura de nuestra selva, su flora y fauna tan diversa, tan hermosa, caminar con el fango a media pierna, y allá, al final, la majestuosa catarata dividida en dos caídas, una de más de 200 metros y la segunda más de 500 metros. Sencillamente impresionante.
Caminando entre la selva, bajo lluvia y sol, rumbo a la catarata
 Es un espectáculo tan hermoso que las palabras quedan cortas para describirlo. Es allí donde la naturaleza te muestra su belleza, su poder, su equilibrio; donde te sientes entonces parte del universo y percibes claramente la grandeza de nuestro Creador.
Bajo la segunda caída de la catarata, empapados y desbordando adrenalina

 Es hora de volver al pueblo de Cocachimba a almorzar. Llegamos a eso de las 3 p.m. Un almuerzo exquisito pero un tanto frugal y bajo el apuro del guía porque la tormenta arreciaba.
Para el retorno, un caballo se apiadó de mi esposo
Es así como terminaron nuestros cuatro días de aventura en la provincia de Chachapoyas, días inolvidables, llenos de adrenalina, de emociones intensas, de sabores distintos, de lluvia, de frío en las noches, días memorables que podríamos volver a repetir añadiendo unos más para los tantos lugares que nos faltaron.  Me encantaría hacer el trekking a la Laguna de los Cóndores, pero sólo para eso se necesitan 3 días así que hay que planificarlo bien.

Así pues, recomiendo este destino a todos los que aman el Perú profundo, a aquelos que aman la aventura, pero sobretodo, que aman  el hacer turismo a lo guerreros, a lo Chachapoyas. ¡Suerte!
No podía regresar sin abrazar a un cachetón!



viernes, 21 de noviembre de 2014

Mi segundo hijo


Hace unos ocho años conocí el amor en su expresión más sublime e incomparable: mi Zahid. En mi limitada experiencia de vida  asumí  que jamás podría amar a otra persona  con la misma intensidad y pasión. Incluso, el solo pensar en la posibilidad de un segundo hijo me disgustaba pues –horror, cómo siquiera podía pensar que iba a desatender a mi adorado bebé para dedicar tiempo a “otro”-, imaginaba que mi vocación de madre era sólo para él y nada más que para él. Y conforme crecía, me iba enamorando más de él, de sus tiernas palabras, sus alocadas travesuras, sus gestos de amor, su apego para conmigo. Jamás hubiera pensado  entonces que en unos años un segundo hijo traería de vuelta aquellos sentimientos, talvez con un nuevo matiz: el de la madurez.
Momentos antes del nacimiento de Jared
Y Dios me otorgó tan hermoso  obsequio envuelto en ternura, con un gran lazo de amor. Mi cuerpo te abrazó y empezó a acunarte, te protegió y poco a poco te fue formando. Gracias Señor por haberme dado el privilegio y la bendición de ser madre nuevamente, de ser tu madre, mi bebé.

Ya han pasado cinco meses desde que naciste y no puedo ser más feliz. Eres el ángel que ha llegado a poner nuestro hogar  de cabeza, a inundar de ternura la casa, a hacer de nuestra vida un hermoso caos donde todo gira en torno a ti, a tu dulzura, a tu fragilidad, a tus exigencias, a tus necesidades, a tus llantos, a tus sueños.

Fuiste varón desde nuestro primer deseo de tenerte. Te hemos amado desde que empezó a existir en nuestro hogar la posibilidad de tu existencia. Y cuando esta se concretó, la felicidad que conocíamos adquirió un significado más pleno, le diste una  dimensión aún más maravillosa  a nuestro pequeño pedazo de cielo. La noche en que te conocí, a unos minutos de haber nacido, me sentí inmensamente bendecida. Y me percaté de lo divino del amor, que fluye sin barreras y en abundancia para con uno, dos o más hijos si ese fuera el caso. Amé  tu primer llanto, tus ojitos aún cerrados, tus manitos tan perfectas, tu frágil cuerpecito. Y al observarte dormir  en tu cunita, al sentir tu calorcito en mis brazos no puedo dejar de agradecer a Dios por darme tan sublime bendición. Hoy ya tienes más de cinco meses y estoy más enamorada que nunca de ti, de tu hermosa sonrisa desdentada, de tu tierna y cuestionadora mirada, de tus gritos destemplados, de tus  dulces águuu,  de tus pataditas de ciclista, pero también de tus inexplicables enojos, de tus llantos y suspiros, de tus manitos que hacen de mi cabello su juguete favorito.

Simplemente no me alcanzan las palabras para describir la felicidad de tenerte, y yo que no creí poder amar tanto a otro hijo, me siento la madre más afortunada del mundo. Eres la mayor alegría de tu hermano y papá mira el mundo a través de tus ojos. Has traído tanta ternura y dicha a nuestra familia que hoy me pregunto cómo pudimos vivir sin ti todo este tiempo.
Primeros días de Jared en casa
Ya somos cuatro y apenas alcanzamos en la  cama cuando jugamos. Ahora con Zahid hemos aprendido a hablar con susurros cuando tú  duermes, a sacar chanchitos, a cantar canciones de cuna, a cambiar pañales. Y nos encanta escuchar tus carcajadas, “conversar” contigo, alzarte, apapacharte  y morimos por tus besos babosos.  

Es una bendición ver cómo vas creciendo y llenándote de vida cada día, cómo vas desarrollando tus habilidades, cómo tus sonrisas se hacen más hermosas cada vez, cómo tus ojitos quieren hablar por ti, cómo tus llantos se hacen más fuertes cuando quieres algo y no lo consigues.

Gracias hijo mío por traer tanta ternura a nuestra vida, por hacer estos días inolvidables, por hacerme sentir la madre más  afortunada del mundo  al tenerte. Te he recibido y cobijado con el mayor amor del mundo. He decidido dedicarme a ti este tiempo porque estás pequeño y me necesitas. Siento que no hay lugar más seguro para ti que mis brazos, no hay mejor cuidado que el que yo te puedo dar, no hay cariño más puro ni atención más esmerada, así como tampoco hay alimento más saludable que el que mi cuerpo te brinda.

Es cierto que ahora mis días no tienen feriados, no distinguen fines de semana, no puedo salir con mis amigos ni hacer los viajes que me encantan. Tampoco puedo dormir más de tres horas seguidas, no me peino muy a menudo  y casi siempre almuerzo de pie. Pero te tengo a ti, mi Jared Gabriel, mi cachetón precioso, mi tesorito lindo, mi otro pedazo del corazón. Y eso es lo más maravilloso que me puede estar pasando.

miércoles, 22 de octubre de 2014

Mamá a tiempo completo


Esto de ser mamá a tiempo completo es bastante agotador pero hermoso. No lo había experimentado antes pues con mi primer hijo sólo tomé el descanso que permite la ley. Sin embargo, ya con este segundo bebé se me presentaron las cosas de modo tal que fue difícil continuar trabajando fuera de casa, así que decidimos con mi esposo  que lo mejor sería extender un poco más mi  tiempo de “descanso” para brindar  a  nuestros hijos un mejor cuidado.
Definitivamente, le encuentro muchísimas ventajas  a mi situación actual. Para empezar no tengo el estrés de madrugar para ir al trabajo, pues aún cuando  mis noches  no son precisamente de descanso, puedo atender a mis hijos con la calma del caso, puedo desvelarme sin ninguna presión de tener que ir a trabajar en unas horas. Así que podemos ver tranquilamente una película o jugar o –esto es lo más estresante- hacer tareas.
Otra ventaja, talvez la más importante, es que puedo brindar  cuidado personalizado  a mis hijos. Estos casi ocho años siempre estuve delegando esta función a terceros. Afortunadamente siempre he contado con el apoyo necesario de la familia. Pero nada puede reemplazar el cuidado y la atención que sólo una madre  puede prodigar a sus pequeños. Es maravilloso disfrutarlos todo el día, ser partícipe de sus juegos, sus siestas, sus comidas, sus berrinches, sus gritos, sus enojos, sus alegrías, sus sueños. Y claro que es agotador, es más, ya a la noche estoy pidiendo auxilio, pero es hermoso vivir cada uno de estos momentos, sentir que cada día que pasa ellos van creciendo, ver sus rostros todo el día, conocer sus modus operandi, sentir que me buscan cuando tienen alguna necesidad porque saben que estoy ahí para ellos.
Es cierto que  mi vida ahora gira en torno a  baberos, pañales, tareas del peque y desvelos, que  mis salidas de casa se han reducido a las visitas al pediatra  y por ahí, con suerte, a algún restaurant, que las horas –o para ser más precisos, los minutos- de alimentarme, bañarme y dormir son establecidas por una personita de unos 65 cm, que hay momentos en que siento que ya no doy más… pero aún con todo esto, aún cuando extraño mi trabajo en las aulas, aún cuando echo de menos a mis amigos y a mis alumnos,  nada me hace más feliz que hallarme dedicada en cuerpo y alma a mis hijos, nada mejor que ser mamá a tiempo completo.


sábado, 4 de octubre de 2014

Lo que el asma me dejó... y lo que se llevó

No tengo ningún problema en reconocer que soy asmática, pero cada vez que un médico me pregunta desde cuándo, mi mente vuelve a mis pequeños 5 años, a mi dulce hogar de Pampas, a la alegría de recordarme “nadando” con papá y mis hermanos en el canal de regadío  que se halla contiguo a la casa. Y luego aparece bruscamente  mi  imagen en cama, abrigada, agitada, con los ojos y el corazón triste porque de pronto ahí se terminó mi infancia. A partir de allí no pude nunca más tener la vida de una niña normal. Mi habitación se convirtió en mi único refugio. Eran escasos los días en que podía ir a la escuela. Me recuerdo cada noche pidiendo  a Dios que el día siguiente sea abrigador para poder hacerlo. Y si casualmente la naturaleza nos regalaba ese día un sol radiante, yo era la niña más feliz de la tierra, pero si amanecía nublado(obvio, después de reclamarle a Dios y derramar muchos lagrimones) debíamos esperar a que aparezca el sol para poder caminar con mi madre hasta el colegio. Llegaba entonces tarde, cuando ya todos mis compañeros estaban en clase, y por supuesto que me avergonzaba de hacerlo, pero, afortunadamente, tuve una maestra excepcional: la srta. Chabuca, quien nunca permitió que mis compañeros  me hicieran bullying (para entender la situación en el contexto actual). Ella, tan cariñosa, siempre me recibía con una sonrisa y un tierno beso, y yo dejaba de sentirme  triste para disfrutar el hallarme con mis amigos.

El asma era entonces una enfermedad nueva en mi familia y no era tan común como lo es ahora. Yo no la heredé como tal, más bien la adquirí porque mis genes venían con predisposición alérgica.  Mis padres lucharon con todo lo que tuvieron a su alcance para que yo mejorara, incluso llegamos a mudarnos  a dos ciudades distintas buscando mejores climas (Sausal y Cascas) pero nada surtió efecto. El asma había llegado para quedarse conmigo hasta hoy. Guardo en mi corazón todo el sacrificio  que hizo mi madre  durante aquellos largos años…puedo recordar las incontables noches en vela , yo sentada sobre sus rodillas y ella, con lágrimas en los ojos,  abanicándome el rostro para lograr que respire. Eran más o menos cinco días de angustia, luego de los cuales venía lentamente la mejoría y podía respirar nuevamente sin ahogarme. Pero entonces debía cuidarme: nada de salir al aire, agua fría ni qué pensar, no correr porque me agitaba, no reír porque me daba tos, no comer nada frío (ahí aprendí a comer el plátano asado  que ahora me encanta), tampoco  tejer o bordar porque los metales estaban fríos y eso me hacía mal, y vaya a su cama a acostarse y leer. Por supuesto  que al menor descuido de mi madre, ¡zas! Unos sorbos de agua fría, o pies descalzos para no hacer ruido y escaparme a algún lugar de la casa, o  algún  marciano en la escuela que alguien, al verme con cara del gato con botas de Shrek, me convidaba.

 Hoy que soy madre entiendo todo lo que mi mamá tuvo que hacer por mí  y, realmente, la admiro y la amo más. Nunca terminaré de agradecerle todo lo que hizo y sigue haciendo por mí. Había ocasiones en que la crisis no cedía y entonces debía llevarme al centro de salud más cercano. La recuerdo conmigo a cuestas;  yo ya era casi una adolescente  y la superaba en estatura, pero, aún así, ella trataba de alzarme para desplazarnos pues yo no podía siquiera caminar. Pienso que  en aquellos años las nebulizaciones no estaban extendidas como ahora, pues no llegué a emplear el inhalador sino hasta años después, y los médicos siempre me indicaban antibióticos. Mi madre fue mi ángel; yo no llevé sola el asma, ella lo sufrió conmigo y tal vez más que yo, con el dolor y la impotencia que solo una madre puede sentir en esas circunstancias.

Pero no fue todo sufrimiento.  Disfrutaba estar en cama leyendo. Mi afición por la lectura fue naciendo y se cimentó durante esos años. El libro más importante que  llegué a leer fue  la Biblia ¡completa! (una versión Dios Habla Hoy que venía con dibujitos) antes de terminar la Primaria. Las noches después de cenar toda la familia se disponía alrededor de mi cama conversando, riéndonos, o  jugando a la gallina ciega, a las partes de la vaca (a mamá le disgustaba este juego). Recuerdo a papá paseándome en la moto alrededor de la mesa de comedor para consolarme luego de haberme aplicado una inyección;  mis hermanos disputándose la comida preparada especialmente para mi recuperación, y que yo no quería comer (caldo de pichón, por ejemplo); la familia festejando mis cumpleaños (eran los únicos que se festejaban, nadie más tenía posibilidades de no sobrevivir hasta el año siguiente😉), y más engreimientos que -ahora lo comprendo-  me permitieron  crecer tratada como una princesa.

Con la adolescencia fueron mermando las crisis de asma. Ya en la universidad pude tener un tratamiento integral gracias al seguro de salud universitario, el  cual me ayudó a estabilizar aún más mi salud. Y, gracias a Dios, cada vez que estuve mal  pude tener  el apoyo de personas que  llegaron a conocerme y amarme, aún cuando estaba lejos de casa y de mi familia; personas como mi esposo (mi  enamorado en aquel entonces), a quien recuerdo  atendiéndome y acompañándome muy solícitamente durante las nebulizaciones en el hospital (¿¡cómo no amarlo!?)

Hoy puedo decir que he aprendido a convivir con el asma. No le temo. Sé cómo prevenirlo y si viene una crisis fuerte, sobrellevarla. Además, mi madre sigue siendo la primera que enrumba para apoyarme  en el primer bus disponible que haya.

Ha sido, pues, un recorrido triste si se observa desde la perspectiva limitante para un niño, pero he preferido tomar el otro lado, el que me permitió (y, de hecho, sigue haciéndolo) el amor y el cariño de  los seres que más amo en esta vida.

miércoles, 1 de octubre de 2014

¿El profesor es el segundo padre?

Amo ser profesora casi tanto como amo ser madre. Descubrí que esta era mi vocación –felizmente- antes de concluir la universidad. Había elegido esta carrera casi al azar debido a la inmadurez de mis 16 años, la escasa orientación vocacional de