jueves, 16 de julio de 2015

Cuando la infancia se escapa

Estas últimas semanas estoy luchando por retener a mi hijo mayor  en brazos por algunos momentos más al saludarlo o despedirlo. Esos bracitos que hasta hace poco solo pretendían rodear mi cuello ahora huyen de mí desesperados por asirse del timón de la bicicleta para ir con sus amigos al parque.
Mi niño ha crecido, está a punto de cumplir 9 años!  Y está hermoso, fresco y radiante como el mejor día de primavera, travieso e inquieto  como siempre, con esa sonrisa de oreja a oreja que define su semblante desde pequeño; amoroso y tierno como sólo él puede serlo, sobre todo si está tratando de obtener algo de alguien… sin embargo, lo que más me cautiva de él es la pureza que guarda en su alma. No hallo en él el menor rasgo de malicia ni de rencor hacia alguien. Me impresiona y atemoriza a la vez la inocencia con la cual percibe al  mundo. 
Hay días en que se gana reproches por actos equivocados, por travesuras, por esas anotaciones en la agenda que religiosamente llegan por lo menos una vez a la semana,  pero luego se esmera por ser mejor y conquistar mi sonrisa.

Me he ganado su complicidad y soy su más grande admiradora. Amo tanto a este chiquillo alocado que termino cayendo en sus juegos. Por ejemplo, me ha hecho una rutina para dormir que cada noche reinventa añadiendo más detalles con el fin de no dejarme salir de su habitación tan pronto. Me imagino que siente tanta necesidad de mí como yo de él. Afirma que si no le doy las buenas noches no puede dormir tranquilo. Pero esas buenas noches empiezan con un beso, siguen tres abrazos, luego la oración, continúa el beso de las buenas noches, luego el abrazo de las buenas noches, sigue el beso más grande del mundo  continuado por los tres abrazos más grandes del mundo y el último beso y abrazo de despedida. Y si por alguna razón esos bracitos me envuelven haciéndome caer a la cama llegan las carcajadas, la invitación a dormir allí junto a él y la consabida justificación del hermanito pequeño que no me lo permite. Pero la cosa no termina ahí, debo taparlo con su cobija, más besos y más abrazos  antes de apagarle su lamparita, y desde la puerta despedirlo sonoramente.  Esta es regularmente la rutina que me lleva unos 15’. Sin embargo hay ocasiones en que su hermanito despierta y debemos simplificarla muy a su pesar. Me encanta disfrutar de esto, pero a veces el cansancio del día me vence y delego al papá esta tarea. Entonces todo se limita a desear las buenas noches con la seriedad del caso que deben guardar los caballeros. No obstante, más tarde siento unos pasitos apresurados dirigirse hacia mi habitación a despedirse de mí: “es que sin tu bendición, mami, no puedo dormir porque tendré pesadillas”.
Pequeño mío, Zahidcito, te estás escapando de mi regazo tan pronto. No sabes cómo quisiera detener el tiempo para disfrutar un poco más de tus aún inocentes ocurrencias, de tus travesuras, de tus palabras tiernas y hasta de tus  berrinches.  Esta semana te fuiste solo a tu taller de arte. Yo te iba observando de lejos para vigilar que nada malo pueda ocurrirte en el camino. Te vi tan seguro, tan alegre, tan independiente, tan grande… que se me hizo un nudo en la garganta. Claro que quiero todo eso de ti, pero, por favor, no vayas tan rápido, campeón; dame tiempo de asimilarlo, sí?