Amo ser profesora casi tanto como amo ser madre. Descubrí
que esta era mi vocación –felizmente- antes de concluir la universidad. Había
elegido esta carrera casi al azar debido a la inmadurez de mis 16 años, la
escasa orientación vocacional de
mi querido colegio rural y talvez el temor de no poder ingresar a la prestigiosa Universidad Nacional de Trujillo. No faltaron los buenos amigos -Zacarías, debo agradecerte- que al verme indecisa me apoyaron en esta decisión. Hoy doy gracias a Dios porque ello ocurriera. A lo largo de estos casi doce años (¡doce ya!) he ido aprendiendo a amar mi profesión, a esforzarme por ser cada vez mejor maestra y con ello mejor ser humano. Y he recibido también muchísimas retribuciones espirituales, muestras de gratitud y cariño de aquellos chicos cuya formación estuvo bajo mi responsabilidad, y cuyo recuerdo guardo siempre en un rinconcito de mi corazón.
mi querido colegio rural y talvez el temor de no poder ingresar a la prestigiosa Universidad Nacional de Trujillo. No faltaron los buenos amigos -Zacarías, debo agradecerte- que al verme indecisa me apoyaron en esta decisión. Hoy doy gracias a Dios porque ello ocurriera. A lo largo de estos casi doce años (¡doce ya!) he ido aprendiendo a amar mi profesión, a esforzarme por ser cada vez mejor maestra y con ello mejor ser humano. Y he recibido también muchísimas retribuciones espirituales, muestras de gratitud y cariño de aquellos chicos cuya formación estuvo bajo mi responsabilidad, y cuyo recuerdo guardo siempre en un rinconcito de mi corazón.
Los docentes, claro está, tenemos
una labor muy delicada que es la de formar a nuestros alumnos integralmente.
Ello significa que el trabajo no se limita a los conocimientos
transmitidos, sino que trasciende incluso el espacio físico pues la
figura del maestro debe seguir influyendo en los discípulos a través del
tiempo. Sin embargo, ahora que circunstancialmente me hallo fuera de las
aulas, y puedo observar como madre el trabajo de los profesores de
mi hijo, me permito hacer una reflexión sobre aquel halago que suena tan dulce
a los oídos de un maestro, pero que genera tanto significado: el profesor
es el segundo padre. Si analizamos bien esta frase, deja de ser tan
hermosa para convertirse en un serio cuestionamiento. El título de segundo
padre confiere, a mi criterio, demasiada responsabilidad para el
docente que pasa unas escasas horas con los alumnos -sobre todo en el nivel
secundario- eximiendo de alguna forma a los padres quienes son los verdaderos
protagonistas en la formación de los alumnos, incluso durante el tiempo que
permanecen en el colegio. De ahí que los alumnos con problemas de conducta no
mejoran pese a los esfuerzos de maestros y psicólogos, o, por el contrario,
aquellos que tienen una buena formación en el hogar, afianzan los valores que
sus profesores les inculcan. Por tanto, los padres son padres primeros y
segundos. Nadie va a reemplazarlos y menos realizar como ellos la labor que les
corresponde. Los maestros podemos ser consejeros, formadores,
guiadores, tutores y hasta amigos de nuestros alumnos, pero segundos padres es
un mito. Particularmente me parece que quienes emplean esa
frase no alcanzan a comprender toda la responsabilidad que se
está entregando a los docentes al enunciarlo, y ,pues, el tiempo y
espacio para ello nos queda muy pequeño. Analicemos bien la denotación y
connotación de la frase antes de enunciarla y tomemos
conciencia de tamaña responsabilidad que estamos entregando o permitimos que
nos la otorguen.
Interesante y cierta tu reflexión. Tú sabes que comparto contigo el amor por la enseñanza y la alegría que me produce el compartir con los alumnos. Y te cuento lo siguiente: una mañana caminaba rumbo a un aula y escucho la voz de un estudiante que me llamaba por mi apodo: 'Profe Rojo'. Reconocí la voz del alumno pero seguí sin hacer caso, pero me dijo algo que me hizo voltear: 'Papá Rojo'. Me mató!!!
ResponderEliminarHabía conversado con él en reiteradas oportunidades, sabía que él quería escribir y que a su papá no le gustaba. Yo como su profesor de Comunicación lo había alentado a que siga haciéndolo y de ahí surgió el cariño.
Durante el tiempo que soy maestro tres estudiantes me han llamado papá... los he dejado porque, (lo admito) me gustaba sentirme un poco papá.
Pero pegada al sentimiento está la realidad. Y es ahí donde te doy la razón. Aunque en el fondo es agradable sentir el cariño con que el estudiante nos retribuye la preocupación y el empeño, los docentes sólo podemos aportar un 30% en la vida del estudiante, el 70% es responsabilidad directa del padre.
El gran problema radica en que muchos papás están ausentes, -a veces físicamente y, lo que es peor, emocionalmente. Esto hace que, cuando interactuamos con ellos, en las clases o en el recreo, y les mostramos afecto o simplemente atención, quisieran que seamos su papás o... que sus padres sean como nosotros...
Al final, todos los docentes, por más involucrados que estemos con la vida de los estudiantes, llegada la hora de salida o el viernes corremos a sumergirnos en nuestra familia, nuestros problemas o nuestra propia vida, espacios donde el estudiante tiene un lugar: su casa.
José Luis
Así es, amigo mío. Definitivamente, es muy cierto lo que dices. A veces pienso que realmente algunos alumnos quisieran que los adoptemos jajaja y sería maravilloso si pudiéramos hacerlo, o si pudiéramos tan solo lograr que sus padres les brinden atención y cariño. Lamentablemente es limitado lo que podemos hacer en las aulas, pero tengo la certeza de que hay muchos docentes como tú y yo (y todo el equipo de Comunicación de SMP, valgan verdades), en quienes nuestros chicos encuentran una proyección de padres y, aunque estemos lejos de serlo y no sea esa nuestra responsabilidad, los amamos, los entendemos, los corregimos, les aconsejamos, les ayudamos a proyectarse al futuro e incluso los sobreprotegemos (tu caso jajaj). Al final, eso es lo que hace hermosa nuestra profesión.
ResponderEliminarAh, y estoy segura que ese "papá Rojo" te lo dijo de todo corazón.