No tengo
ningún problema en reconocer que soy asmática, pero cada vez que un médico me
pregunta desde cuándo, mi mente vuelve a mis pequeños 5 años, a mi dulce hogar
de Pampas, a la alegría de recordarme “nadando” con papá y mis hermanos en el
canal de regadío que se halla contiguo a
la casa. Y luego aparece bruscamente
mi imagen en cama, abrigada,
agitada, con los ojos y el corazón triste porque de pronto ahí se terminó mi
infancia. A partir de allí no pude nunca más tener la vida de una niña normal.
Mi habitación se convirtió en mi único refugio. Eran escasos los días en que
podía ir a la escuela. Me recuerdo cada noche pidiendo a Dios que el día siguiente sea abrigador
para poder hacerlo. Y si casualmente la naturaleza nos regalaba ese día un sol
radiante, yo era la niña más feliz de la tierra, pero si amanecía
nublado(obvio, después de reclamarle a Dios y derramar muchos lagrimones)
debíamos esperar a que aparezca el sol para poder caminar con mi madre hasta el
colegio. Llegaba entonces tarde, cuando ya todos mis compañeros estaban en
clase, y por supuesto que me avergonzaba de hacerlo, pero, afortunadamente,
tuve una maestra excepcional: la srta. Chabuca, quien nunca permitió que mis
compañeros me hicieran bullying (para
entender la situación en el contexto actual). Ella, tan cariñosa, siempre me
recibía con una sonrisa y un tierno beso, y yo dejaba de sentirme triste para disfrutar el hallarme con mis
amigos.
El asma era
entonces una enfermedad nueva en mi familia y no era tan común como lo es
ahora. Yo no la heredé como tal, más bien la adquirí porque mis genes venían
con predisposición alérgica. Mis padres
lucharon con todo lo que tuvieron a su alcance para que yo mejorara, incluso
llegamos a mudarnos a dos ciudades
distintas buscando mejores climas (Sausal y Cascas) pero nada surtió efecto. El
asma había llegado para quedarse conmigo hasta hoy. Guardo en mi corazón todo
el sacrificio que hizo mi madre durante aquellos largos años…puedo recordar
las incontables noches en vela , yo sentada sobre sus rodillas y ella, con
lágrimas en los ojos, abanicándome el
rostro para lograr que respire. Eran más o menos cinco días de angustia, luego
de los cuales venía lentamente la mejoría y podía respirar nuevamente sin
ahogarme. Pero entonces debía cuidarme: nada de salir al aire, agua fría ni qué
pensar, no correr porque me agitaba, no reír porque me daba tos, no comer nada
frío (ahí aprendí a comer el plátano asado que ahora me encanta), tampoco tejer o bordar porque los metales estaban
fríos y eso me hacía mal, y vaya a su cama a acostarse y leer. Por
supuesto que al menor descuido de mi
madre, ¡zas! Unos sorbos de agua fría, o pies descalzos para no hacer ruido y
escaparme a algún lugar de la casa, o
algún marciano en la escuela que
alguien, al verme con cara del gato con botas de Shrek, me convidaba.
Hoy que soy madre entiendo todo lo que mi mamá
tuvo que hacer por mí y, realmente, la
admiro y la amo más. Nunca terminaré de agradecerle todo lo que hizo y sigue
haciendo por mí. Había ocasiones en que la crisis no cedía y entonces debía
llevarme al centro de salud más cercano. La recuerdo conmigo a cuestas; yo ya era casi una adolescente y la superaba en estatura, pero, aún así, ella
trataba de alzarme para desplazarnos pues yo no podía siquiera caminar. Pienso
que en aquellos años las nebulizaciones
no estaban extendidas como ahora, pues no llegué a emplear el inhalador sino hasta
años después, y los médicos siempre me indicaban antibióticos. Mi madre fue mi
ángel; yo no llevé sola el asma, ella lo sufrió conmigo y tal vez más que yo,
con el dolor y la impotencia que solo una madre puede sentir en esas
circunstancias.
Pero no fue
todo sufrimiento. Disfrutaba estar en
cama leyendo. Mi afición por la lectura fue naciendo y se cimentó durante esos
años. El libro más importante que llegué
a leer fue la Biblia ¡completa! (una
versión Dios Habla Hoy que venía con
dibujitos) antes de terminar la Primaria. Las noches después de cenar toda la
familia se disponía alrededor de mi cama conversando, riéndonos, o jugando a la gallina ciega, a las partes de la
vaca (a mamá le disgustaba este
juego). Recuerdo a papá paseándome en la moto alrededor de la mesa de comedor
para consolarme luego de haberme aplicado una inyección; mis hermanos disputándose la comida preparada
especialmente para mi recuperación, y que yo no quería comer (caldo de pichón,
por ejemplo); la familia festejando mis cumpleaños (eran los únicos que se
festejaban, nadie más tenía posibilidades de no sobrevivir hasta el año
siguiente😉), y más engreimientos que -ahora lo comprendo- me permitieron crecer tratada como una princesa.
Con la
adolescencia fueron mermando las crisis de asma. Ya en la universidad pude
tener un tratamiento integral gracias al seguro de salud universitario, el cual me ayudó a estabilizar aún más mi salud.
Y, gracias a Dios, cada vez que estuve mal
pude tener el apoyo de personas
que llegaron a conocerme y amarme, aún
cuando estaba lejos de casa y de mi familia; personas como mi esposo (mi enamorado en aquel entonces), a quien
recuerdo atendiéndome y acompañándome muy
solícitamente durante las nebulizaciones en el hospital (¿¡cómo no amarlo!?)
Hoy puedo
decir que he aprendido a convivir con el asma. No le temo. Sé cómo prevenirlo y
si viene una crisis fuerte, sobrellevarla. Además, mi madre sigue siendo la
primera que enrumba para apoyarme en el
primer bus disponible que haya.
Ha sido,
pues, un recorrido triste si se observa desde la perspectiva limitante para un
niño, pero he preferido tomar el otro lado, el que me permitió (y, de hecho,
sigue haciéndolo) el amor y el cariño de
los seres que más amo en esta vida.
Elia eres una verdadera leona y haciendo honor al apellido has sabido sacarle provecho a todo lo que el asma "te obligó a a hacer", cambiando los juegos de niña, por horas y horas de lectura, aprendiendo a disfrutar de lo poco que podías hacer y a ver el lado positivo de toda esta situación que te tocó vivir.
ResponderEliminarRecuerdo a mi mamá en sus noches de desvelo y de verdad que es diga de admirar. Sabes que siempre estuvo a tu lado y hasta ahora como tu dices...es la primera en echarte "una manito" cuando te pones mal.